La reciente declaración del expresidente Álvaro Uribe Vélez, en la que afirma: «Me enseñaron a jamás alegrarme del dolor o el mal del prójimo,» generó diferentes reacciones, mientras algunos aplauden sus palabras, otros las ven como una cortina de humo que oculta un legado marcado por la polarización y el sufrimiento colectivo.
Un llamado vacío
Doña Asiana critica esta desconexión: «Es que todos los padres enseñan a los hijos el bien, pero hay veces que el hijo se tuerce, y él está torcido.» esta perspectiva revela un sentimiento compartido por muchos colombianos, quienes perciben que Uribe, en lugar de brindar consuelo, se ha regodeado en el dolor ajeno para construir su narrativa política.
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Además, sus detractores no tardan en señalar la ironía de su afirmación. “¡Qué alegría tan hija de cien mil containers atiborrados hasta las banderas de Méredices!” expresa un ciudadano, resaltando cómo Uribe ha utilizado su figura para desviar la atención de los efectos devastadores de su política. E
Un legado de indiferencia
La crítica hacia Uribe no se limita a sus palabras. Muchos lo ven como un «rey mineral,» cuya gestión ha convertido el sufrimiento ajeno en una herramienta de poder. A lo largo de su carrera, ha priorizado la consolidación de su imagen sobre el bienestar de una nación que clama por justicia y reparación.